martes, 11 de agosto de 2015

Texto: sobre mi fotografía

En estos momentos concibo y utilizo la fotografía como una extensión de mi ojo durante mis paseos. Considero que muchos de los habitantes de los espacios urbanos de hoy tenemos sensiblemente desarrollada la facultad óptica. En todo caso, la vista es un sentido perceptual destacado em mis paseos. Normalmente no tengo demasiado interés en lo que en primera instancia puedo ver. Esto es: considero que la mayor parte de las cosas que me ofrece mi entorno urbano, mi hábitat, están más que vistas. Ante ellas se daría algo así como el fenómeno óptico de la "vista cansada". No obstante, en esos paseos, se dan momentos en que la realidad presente se destaca ligeramente al respecto, por el motivo que sea. Ese momento fugaz es el que trato de registrar entonces con la cámara, a decir verdad casi como un mero trámite, aunque es un trámite que en ocasiones me causa satisfacción, y siempre que lo realizo me provoca algo así como una ligera descarga emotiva por haber actuado. ¿Actuación? Sí, hacer la foto. Actuado en el sentido de haber plasmado, registrado algo, aunque tenga un carácter más que posiblemente (muy) efímero. La acción de fotografiar me crea pues, entonces, cierto placer. Visual y mental, de modo interpenetrado, puesto que a veces el motivo de registrar la foto no es físico, objetual, sino que está integrado en una idea, idea que se realiza, se actualiza, en la foto en cuestión. He ahí lo que me gusta: la fotografía ha posibilitado entonces el germinar de algo de naturaleza mental. Y de la repetición de lo hostil, de lo mediocre, del trayecto repetido ante la inexistencia de lo nuevo, en esa materia insípida que es lo que se nos presenta a nuestro ojo vacío, ese espacio cualquiera; de esa materia aparentemente estéril brota la Diferencia: la Diferencia encarnada en idea. Podemos decir a la vez que el pensamiento ha visto y que la vista ha pensado, en un cruce de correspondencias hacia una síntesis superior, el resultado: la acción: el acto fotográfico que es respuesta a un mundo hostil, a un espacio raptado por los poderes, por el urbanismo institucionalizado. La belleza sólo surge como habitan los animales en el cautiverio de los zoos. ¿Vale la pena entonces esa belleza? ¿Debe ser admirada? Cada cual sabrá, decidirá, optará. Pero si queda afeada por su condición de cautiva quizás la respuesta debería ser negativa. Me da la sensación de que estoy optando por ello, en la medida que la opción de mi percepción sea propia, mía. En la fotografía de mi pasear la idea que brota de la diferencia no surge pues como objetualización y focalización de la belleza. Surge en un distanciamiento realizado, en un desapego respecto a la realidad circundante, del que sólo por germinación de ese detalle, de la diferencia que hace elevarse al pensamiento-idea (momentáneo, efímero), nace la acción, lo expresado (del que la foto será un mero registro, una sombra que nos pueda dar indicios): el hálito vital que se desprende, se eleva desde el interior del putrefacto cadáver. Y así como he tratado de describir, de definir ésta mi fotografía, creo que podría describir en los mismos términos todo lo que hago. No estoy hablando de otra cosa que del eterno retorno de la diferencia nietzscheano, y a lo que creo que se refiere Nabokov cuando alecciona a sus alumnos: "acariciar los detalles, los divinos detalles".


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